martes, 16 de septiembre de 2025

De la dartitis y largas ausencias

Pienso, luego escribo

Foto: Immo Wegmann

Hace mucho tiempo leí en un periódico de tirada nacional un artículo muy interesante sobre la extraña dolencia que durante años aquejó a un famoso lanzador de dardos. He intentado encontrar dicho artículo en vano, supongo que el hecho de ser la típica noticia frívola de curiosidades que se emplea para aligerar el tono de un diario y el tiempo que ha pasado desde entonces han convertido la búsqueda en una quimera. No obstante, durante dicha búsqueda han aflorado términos y nombres que encajan bastante bien con mis recuerdos, así que haré un doble ejercicio de fe e inventiva para explicaros qué leí en ese artículo y por qué me llamó tanto la atención.

El artículo hablaba de Eric Bristow, uno de los rostros más relevantes, si no el que más, de los dardos en la década de los ochenta. Entre su extenso palmarés figuran cinco n.º 1 mundiales en la Federación Mundial de Dardos, récord de la época, cinco Campeonatos Mundiales y otros tantos Campeonatos de Maestros. Dichos éxitos impulsaron el interés de la televisión por este deporte y fue uno de los miembros fundadores de la Professional Darts Corporation. Tras su retirada en 2007, Bristow trabajó para Sky Sports hasta que fue despedido en 2016 por una serie de comentarios polémicos en Twitter, aunque esa es otra historia. En 2018, falleció a los 60 años a causa de un infarto mientras asistía a un campeonato en Liverpool.

La más que exitosa carrera de Bristow se truncó en 1986, durante el Abierto de Suecia, cuando súbitamente comenzó a tener problemas para que el dardo se separara de sus dedos. Era una situación de lo más anormal: el jugador se ponía frente a la diana, se colocaba en posición de lanzamiento, apuntaba allí donde quería dejar el dardo pero, a la hora de la verdad, le era imposible mover el codo y soltar el dardo. No había dolor en el codo, en la muñeca o en los dedos, simplemente había "olvidado" cómo ejecutar ese movimiento que tanto había perfecionado durante años y que para él era tan natural como respirar. El campeón sufría de dartitis, y aunque ello no le impidió seguir comipitiendo al más alto nivel y ganar algunos campeonatos, nunca volvió a ser el jugador dominante que fue y supuso el declive de su carrera.

La dartitis, término acuñado en 1981 por Robbie Dyson, es una dolencia que afecta a determinadas capacidades motoras de un jugador de dardos, dificultando la capacidad para realizar lanzamientos. Es una variante de los yips -asociados al golf, pero también a otros deportes como el beisbol-, una pérdida repentina e inexplicable de habilidades por parte de deportistas de alto nivel que afecta gravemente a su rendimiento y que en el peor de los casos puede suponer su retirada. No hay una causa clara identificada para la dartitis o lo yips, pero normalmente suelen asociarse a condiciones psicológicas, como el estrés o la presión inherentes a la alta competición; la duración de esta dolencia supone un problema, porque puede variar desde unos pocos días o semanas a años o incluso convertirse en algo crónico que suponga, como he dicho antes, la retirada del deportista.

Ahora viene la pregunta del millón: ¿por qué os he metido una chapa sobre lanzadores de dardos, yips y demás parafernalias que poco o nada tienen que ver con el contenido de este blog? Porque es la forma más plausible de explicaros -y explicarme a mí mismo- estos más de cuatro años de silencio en Las Crónicas. Porque ese artículo random que leí un día que llevaba a cabo un ejercicio de procastinación de los que tan bien se me dan volvía a mi cabeza de cuando en cuando durante esa larga etapa de sequía bloguera.

Un año antes de la pandemia comencé a sufrir las consecuencias de una decisión que tomé mucho tiempo atrás y que, desgraciadamente, seguiré cargando el resto de mi vida. Durante una temporada mantuve mi actividad en el blog de manera irregular hasta que mi cabeza digirió la realidad en la que me encontraba y todo se vino abajo: un día cualquiera me dispuse a rematar una reseña que tenía a medias y fui incapaz de teclear una palabra. Tenía clara la idea y las palabras a utilizar, pero mis dedos no se movían. Estaba completamente bloqueado y no sabía el porqué.

Ahí empezo una etapa de lucha interna en la que se entrelazaban la rabia y la impotencia. En esta etapa he visto mucho anime, leído manga y otras cosas, he tenido buenas ideas para escribir decenas de reseñas y comentarios, pero cuando me ponía frente a la pantalla, no podía ni escribir una sinopsis. Intenté muchas formas de sortear la parálisis: escribir en un editor de texto común en lugar del editor de Blogger, escribir a mano, acudir presto al PC tan pronto surgiera una idea en mi cabeza, sin importar la hora que fuera... Pero nada funcionaba y acabé por rendirme. Mis dedos solo se movían cuando escribía el hilo de primeras impresiones en Twitter; creo que al ser un conjunto de textos pequeños e independientes, mi subconsciente de alguna manera burlaba el bloqueo.

El tiempo pasó y dejé aparcadas Las Crónicas. Digo 'aparcadas' porque aunque no tenía ninguna esperanza de volver me negaba a cerrar la puerta y pasar página. Actualmente estoy trabajando para arreglar el desaguisado en el que mi yo adolescente me metió sin pedir permiso; todo sigue patas arriba, pero dentro de una estabilidad y un pesimismo controlado. Ha sido en ese entonces cuando me hice una pregunta: Estás viendo anime como siempre; encontraste un ritmo bueno para leer manga; te estás reencontrando con los videojuegos y esa biblioteca de Steam ya no te parece inabarcable; estás decidido a volver a la literatura y el cine tan pronto como puedas; las rutas de senderismo cada vez están más presentes en tu ocio. Estás haciendo todo aquello que te gusta sin descuidar tus obligaciones. Entonces ¿por qué no estás escribiendo?

Con esa revelación golpeándome en la cara, me puse en marcha con el lavado de cara del blog; lento pero seguro, convirtiéndolo en el reflejo de quien soy ahora, animándome a llenarlo de palabras y pensamientos. Mientras tanto, iba concienciándome de que iba a volver a escribir sí o sí, sin falta ni tardanza. La chispa fue un comentario extenso reaccionando a un podcast de un bloguero al que considero -y sigo considerando- una de mis referencias a la hora de cómo escribir una reseña. Cuando vi ese comentario de mi puño y letra lleno de opiniones frívolas pero apasionadas sobre un medio -el anime- que tanto amo, sentí que sería capaz de escribir cualquier cosa. Y esta interminable perorata que habéis leído hasta ahora es la prueba de que me he "curado" y de que, avatares de la vida mediantes, mis dedos no van a parar de teclar mientras les queden fuerzas.

Esta es la mejor manera que tengo de explicar el silencio de Las Crónicas de Lechu, y así es como se ha gestado su regreso. Puede que resucitar un blog en la época de las redes sociales y la supremacía del formato audiovisual de corta duración haya sido una temeridad. Pero más allá de que me lean y aprecien mi trabajo -cosa que me gusta, por supuesto-, actualizar este rinconcito mío y solo mío es uno de esos pequeños placeres que hacen mi vida un poco más dulce. Si con eso consigo mantener a flote la Blogosfera un poco más para uso y disfrute de los cuatro románticos del internet de antes, yo incluido, me doy por satisfecho.

1 comentario:

  1. La mayoría de los blogs han desaparecido, pero todavía quedan algunos que siguen dando batalla. Son proyectos de nicho que, por cierto, cuentan con una audiencia muy fiel. Todo se trata de conectar con la intención de búsqueda del usuario. ¡Ánimo en este camino!

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