miércoles, 1 de abril de 2020

Vemos arte y no nos damos cuenta

Eizouken ni wa Te wo Dasu na!


Midori Asakusa no ve el mundo como los demás, menos cuando vive en una ciudad tan peculiar como Shibahama, construida a base de impulsos y sin apenas planificación. Bloc de dibujo en mano, no para de imaginar complejas estructuras, apasionantes aventuras espaciales o cruentas luchas entre maquinaria de guerra inverosímil. Junto a su amiga Kanamori, una lince para los negocios, y Mizusaki, una actriz con vocación de animadora, crean el Club de Cine para hacer realidad esas ensoñaciones mediante el único medio capaz de conseguirlo, el anime.

Hay muchísimas razones por las que Eizouken ha sido capaz de convertirse en una opción estupenda para perder nuestro valioso tiempo deleitándonos con su visionado. Muchas razones para comprender el éxito de crítica que la rodea y la dimensión que tiene una serie así en 2020. Dejad que este humilde bloguero con demasiado tiempo libre os guíe por las intrincadas calles de la imaginación de Asakusa.

La imaginación es el principio del todo, esa imaginación desbordante de Asakusa alrededor de la cual se construye con temple y cariño un guion sólido como una roca, que progresa con pasos firmes empezando por un sueño y acabando por noches en vela haciendo realidad el principio de todo, la imaginación. No sobra un fotograma, ni siquiera una aventura en el espacio que en realidad es el arreglo de la pared de un edificio, tampoco una larga disertación sobre el movimiento de un molino, mucho menos el interés de una niña en comprender el movimiento de una modelo al caminar para luego plasmarlo en un papel. Todo sirve y tiene una razón de ser, un sitio en el trabajo de las chicas y en los proyectos que llevan a cabo. De igual manera, los diálogos están llenos de intención y agilidad, afianzando relaciones y profundizando en los sentimientos y aspiraciones de cada personaje, que acaba haciendo un poco suyos los de los demás.

Ese trío protagonista es imperdible, la prueba definitiva de que el trabajo en equipo es una de esas grandes satisfacciones que debemos experimentar si se nos da la oportunidad y damos con buenos compañeros de fatigas. Asakusa, Mizusaki y Kanamori se necesitan, simple y llanamente. Si uno de los vértices del triángulo se cae todo se va al garete. Kanamori como personaje me parece fascinante, es el pragmatismo puro, el dique de contención de las ansias creadoras de Asakusa y Mizusaki. Es una buscavidas que remueve cielo y tierra para procurar el éxito de un proyecto, tiene la difícil tarea de encontrar el punto en el que las artistas puedan dar rienda suelta a su talento y el proyecto sea viable. Me encanta cuando se deja llevar por las otras en sus explosiones de imaginación, o cuando usa sus artimañas para llevar a su terreno una situación complicada.


Eizouken es una serie muy peculiar visualmente hablando, un cuerpo extraño en el mundo del manganime hoy día. Es una vasija cuyo contorno ha sido definido por las manos de un alfarero, una pieza de artesanía donde se ve en cada imagen, en cada fotograma, el tiempo y trabajo invertidos en la serie. Su diseño de personajes es intencionadamente tosco y simple porque no quiere que nos distraigamos de lo verdaderamente importante, esa animación más centrada en el detalle que en la fluidez, sobre esos fondos que evocan al arte conceptual que precede a la idea final. No quiere que perdamos de vista los efectos de sonido que se funden con el dibujo y se sienten tan genuinos. Es un anime concienzudamente trabajado y sobre todo cuidado, un ejemplo modélico de dirección y optimización de recursos.

A pesar de todo, nada de lo que he dicho hasta ahora es la verdadera razón por la que Eizouken es una joya a ver y preservar, porque más importante que la historia y el desarrollo es la razón de su existencia: homenajear a un medio tan maravilloso y satisfactorio como es el anime. La serie en sí es una extraordinaria enciclopedia sobre la animación, un escaparate para el esfuerzo y la vocación que deben tenerse para desarrollar un trabajo tan duro pero a la vez tan gratificante. Nos muestra la capacidad de parir una historia a partir de un batiburrillo de arte conceptual, comprender la anatomía humana o la reacción del humo en una explosión para ser capaz de darles vida con decenas de dibujos, los a veces inevitables recortes de calidad para encajar fechas y cómo disimularlos, los bloqueos creativos, tan temidos como comunes... Consigue que conceptos que a priori puedan parecer densos y complejos sean interesantes gracias a la capacidad de los personajes -sobre todo Asakusa- de explicarlos o de introducirlos en esos diálogos tan fluidos de los que he hablado antes. La serie desnuda al anime con delicadeza para mostrarlo tal y como es, para que comprendamos qué es en realidad y por qué nos fascina tanto verlo.

No son pocas las ocasiones en el que se ha usado la frase de marras para describirla, pero no por ello es menos cierta ni yo la voy a dejar de decir: Eizouken es una bella carta de amor al anime escrita por aquellos que hacen realidad sus sueños, una carta abierta que leemos y firmamos aquellos que tomamos esos sueños y los convertimos en nuestros.

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