martes, 23 de julio de 2013

Jamás se oyó decir que en tiempo de los dioses el agua enrojeciera con tan viva belleza

Chihayafuru 1 & 2


Chihaya Ayase no tiene talento ni objetivo en la vida. Su única ambición es ver cómo su hermana se convierte en una modelo de fama y prestigio hasta que un día cruza su camino con el chico callado de su clase, Arata Wataya. Este le muestra su mayor anhelo: convertirse en un Maestro del karuta tal y como lo fue su abuelo durante la década de los 80. Desde ese momento, Chihaya queda absorbida por los Cien Poetas y dirigirá todos sus esfuerzos junto con Arata y Taichi, su amigo de la infancia, en convertirse en la Reina; es decir, en la mejor jugadora de karuta de Japón y por extensión del mundo.

Los ingredientes que componen Chihayafuru echan para atrás a cualquiera: una especie de serie pseudodeportiva de una especie de juego/deporte de cartas basado en una antología poética japonesa del siglo XIII, con comedía romántica de trasfondo. Dicho así, de sopetón, provocará el mayor de los rechazos por parte de nuestro interlocutor. Lo increíble es que con un poco de pericia y unos personajes carismáticos y que caen bien desde el minuto uno el karuta, algo tan ajeno a nuestra cultura, se convertirá en el más emocionante y espectacular de los deportes habidos y por haber.

El uta karuta ni siquiera goza de excesivo seguimiento en el País del Sol Naciente. Los años lo han dejado en el olvido para las familias japonesas que rara vez echan una partida durante Año Nuevo, y su modalidad de competición es totalmente amateur y no goza de reconocimiento alguno, pasando sus campeones inadvertidos para el conjunto de la sociedad nipona. Pese a ello, es un deporte que requiere velocidad, estrategia, memorización y reflejos y una concienzuda preparación tanto física como mental para practicarlo con garantías.


Y a pesar de esa lejanía, a pesar de ser una rareza anacrónica incluso entre los japoneses, a pesar de todo lo que uno pueda pensar, el karuta es el motor de esta serie. La competición, las emocionantísimas partidas, el entrenamiento y el día a día rodean al trío protagonista de un nutrido grupo de secundarios entrañables y vivaces, que siempre tienen una frase que nos pondrá los pelos de punta o tendrán ese momento de protagonismo que abrazarán de manera tranquila pero firme, sin histrionismo que valga. La dulzura y sabiduría poética de Kana, la altivez y la vis cómica de la reina Shinobu o la impetuosidad y pasión del doctor Harada son simples ejemplos de cómo deben ser los personajes de una serie coral en condiciones.

Ese magnífico reparto de secundarios arropa a los tres protagonistas, que viven su historia de amor sin prisas ni ataduras. Porque existe el romance a través de ese triángulo amoroso con ellos como vértices, pero avanza con una lentitud y una mesura absolutamente necesarias. Cada uno vive su amor de manera completamente opuesta a los otros dos: Taichi es el único que sabe separar sus sentimientos por Chihaya del karuta, aunque tiene que hacer uso del juego para que ella le preste atención; Arata, por su parte, todavía no sabe si está enamorado de esa niña que hace años le fascinó con su alegre personalidad y afán de superación o de la adulta que vive por y para aquello que lo representa todo para él; por último, Chihaya es lo que podríamos decir una "niña grande", que vive por y para el karuta, cuyos sentimientos se reducen a una idealización del Arata jugador, aunque en ocasiones la confunden algunos momentos de gran tensión sentimental con Taichi.

Taichi es probablemente el personaje más complejo de la serie. Frustrado por la indiferencia que muestra Chihaya hacia su "yo persona" frete al "yo jugador", avanza a la sombra de un Arata al que ve imposible superar a base de esfuerzo y una abrumadora memorización. Presionado por su madre para que deje el karuta y se dedique a otros menesteres en los que sí pueda ser el mejor, se convierte de manera inesperada en el presidente del Club de Karuta del instituto, recayendo sobre sus espaldas la responsabilidad de formar y hacer de los novatos jugadores aprovechables para el equipo. Y todo ello mientras intenta superar ese estancamiento en el que se sumen incontables jugadores en su afán por ascender a la deseada clase A que da acceso a las pruebas clasificatorias para disputar el título de Maestro.


La primera temporada presenta a los personajes y muestra sus personalidades, sus motivaciones y la relación que comienza a vislumbrase entre ellos. Abarca un período temporal más o menos extenso, incluyendo el flashback de la infancia de los protagonistas -algo manido pero eficaz y fundamental- y varios torneos que hacen brillar a los secundarios . Por el contrario la segunda temporada ocurre en un espacio de tiempo muy corto, centrando gran parte de sus episodios en el segundo torneo nacional por equipos, donde cada partida está plena de tensión y expectación, y en el que el desenlace de cada una se antoja poco menos que imprevisible. Mención especial para la apabullante final del torneo individual y la lapidaria frase de Shinobu al terminar la partida, que la reivindica como un personaje de quilates que hace olvidar de un plumazo esa faceta cómica que tan bien le sienta.

Técnicamente la serie no tiene tacha alguna, el diseño de los personajes es fiel al manga y la animación es en todo momento fluida. El casting de voces está elegido con acierto, y sus actuaciones aportan ese plus de personalidad que agradecen sobremanera los personajes. Pero si hay que destacar algo sobresaliente es la banda sonora, con ese toque tradicional que tan bien le sienta al karuta y que adorna y potencia los grandes momentos de la serie. Cada melodía hace que el espectador preste atención, contenga el aliento, se emocione o sienta júbilo con una facilidad pasmosa. Por otra parte, las dos canciones de apertura y las otras dos de cierre están compuestas con sumo gusto, captando a la perfección el espíritu de la serie.

Entre el actual empacho de lolis y moe encontrar una serie como esta es una rareza que no todos los días nos conceden. Decir que es una obra maestra sería quedarse corto, decir que es imprescindible también... Es una oda al buen gusto y a las tradiciones que de vez en cuando, solo de vez en cuando, debemos recordar para saber avanzar hacia delante.


No hay comentarios:

Publicar un comentario