sábado, 13 de abril de 2019

Familias que valen un imperio

Tensei shitara Slime Datta Ken


Satoru Mikami es un oficinista treintañero que lleva una vida insulsa en Tokio sin pareja ni ilusiones. Mientras paseaba por la calle acompañado de un compañero de trabajo, sufre la agresión de un delincuente que le cuesta la vida. Cuando despierta, descubre que ha renacido en un nuevo mundo como un slime, la criatura más débil. En su búsqueda de una vida tranquila y sosegada, nuestro menudo héroe encuentra aliados y enemigos.

Un isekai más, otra iteración en un género que para algunos está trillado y poco más da de sí. Yo me lo suelo pasar bastante bien con ellos, acepto sus vicios y defectos. En el caso particular de TenSura he disfrutado de manera especial, pues a los típicos aspectos del género se ha añadido una componente muy atractiva de ver su evolución: la construcción de un reino o imperio. Como si de un videojuego se tratase y siempre persiguiendo una vida cómoda y llena de paz, Rimuru va forjando alianzas con las diferentes razas de monstruos que habitan en el mundo, adquiere poderes que lo hacen cada vez más fuerte, atrayendo la mirada de naciones, curiosos y enemigos. Así, sin comerlo ni beberlo, nace una poderosa nación donde todos tipo de monstruos conviven en paz bajo el liderazgo de un slime. Esa evolución, esa mesura a la hora de introducir personajes y poderes poco a poco es sumamente entretenida y gratificante, a veces mucho más que ver al típico héroe que va de aquí para allá derrotando enemigos y rodeándose de una cohorte de mujeres bellas y complacientes.

No digo que aquí no haya un atisbo de harén -ojo a la secretaria Shion y su traje de chaqueta y pantalón tan anticlimático, el elemento menos disimulado de la serie-, pero el resto de personajes no están como convidados de piedra para rellenar hueco, están introducidos con cabeza, de manera progresiva y adquiriendo unas posición e importancia adecuadas para el desarrollo de la serie. Si tuviera que destacar a alguien, optaría sin dudarlo por los ogros. Rimuru necesitaba un "alto mando" que los goblins no podían ocupar, y la manera en que la serie asimila a Benimaru y cía me parece modélica. Son carismáticos y caen bien desde el minuto cero, portan un liderazgo incuestionable para el resto del país de monstruos. Por otra parte, Ellen, Gido y Kabaru, los tres aventureros pringados, son enternecedores; con Millim y sus locuras no te queda otra que reírte a carcajadas; y los pocos e insuficientes minutos de Shizue en pantalla dan al protagonista una motivación extra, sentimiento y familiaridad, además de un objetivo como son los reyes demonios.

Precisamente la aparición de Millim marca el decaimiento de la serie. Se pasa de un ritmo pausado basado en la construcción del imperio a un ritmo vertiginoso donde aparecen y desaparecen una sucesión de enemigos en busca de finalizar la serie en el momento deseado por el estudio. Pero ese momento me parece desacertado y metido con calzador: esa minisaga con los alumnos de Shizue era un comienzo perfecto para la segunda temporada de la serie ya confirmada. Lo que queda es una segunda parte acelerada artificialmente, la omisión de ciertos detalles y una sensación agridulce una vez visto el último episodio.

Visualmente me parece una serie simpática y alegre gracias al diseño de personajes y al uso de una paleta de colores viva e intensa. No obstante, me chirría un poco que el autor optara por "humanizar" las evoluciones de los monstruos, caso que se acentúa en los hombres lagarto. Yo hubiera apostado por una evolución dentro del mismo estilo. La animación es notable sin destacar, con ciertos momentos muy brillantes, sobre todo en el tratamiento de partículas, tan importante siendo una serie con una gran cantidad de ataques basados en la magia.

El ritmo absurdo de la segunda parte y los últimos episodios anticlimáticos no deben emborronar el buen hacer de este isekai que se suma a una larga lista con la seguridad de que su apuesta por la construcción de un imperio le diferencia del resto. Sobre todo cuando ese imperio se torna sin proponérselo en una familia enorme pero bien avenida.

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