jueves, 11 de abril de 2019

Los pequeños demonios son los más temibles

Hinomaru Sumo


A pesar de vivir por y para el sumo, el estudiante de secundaria Hinomaru Ushio tiene imposible ser profesional de este milenario deporte debido a su baja estatura. Pero el espíritu inquebrantable y su excepcional talento le han llevado a una única conclusión: si no le abren la puerta, deberá derribarla. Para ello, se traslada a un instituto cuyo equipo de sumo está en ruinas.

Resulta sumamente gratificante romper un prejuicio, abandonar una opinión simplista y preconcebida y sustituirla por una percepción profunda y comprensiva. El sumo es un deporte muy peculiar que desde el mundo occidental se mira con extrañeza y, en cierto punto, hasta mofa. Una visión simplista nos dice que consiste en dos gorditos semidesnudos dándose empujones dentro de un ring. Pero el sumo es algo mucho más complejo, un deporte dependiente de innumerables variables, un deporte que se me antojaba muy difícil de llevar al manganime.

Creo que precisamente ese es el gran atrevimiento de Hinomaru Sumo, el llevar con éxito al formato anime un deporte tan de nicho incluso entre los japoneses. Todos los aspectos de este deporte antiquísimo se exponen con respeto reverencial, respetando y explicando sus tradiciones, su liturgia, el proceso de entrenamiento que lleva a alcanzar la cima... Todo ello incluyendo ciertas licencias para terminar de darle atractivo, como un ring que se percibe más grande, combates que se alargan -o un tiempo que avanza más despacio- o una representación alegórica de la pasión y poder de los personajes a través del fuego o la electricidad en sus cuerpos. Estos elementos terminan de adaptar el sumo al estilo anime, aporta esa pizca de fantasía y espectáculo tan necesarios para atrapar al espectador.


A partir de ahí, la serie opta por un camino más comedido y conservador. Hinomaru Sumo es una buena serie que entretiene y mantiene un interés latente durante sus 24 episodios y opta por un guion que sigue a rajatabla los convencionalismos del spôkon tradicional. Recurre a la inspiradora lucha de David contra Goliat, a la extraña satisfacción de ver al pequeño derrotar con esfuerzo y pericia a tipos mucho más grandes que él. No faltan los compañeros que aportan variedad y minutos de gloria -Chihiro roba muchísimos momentos con su insaciable sed de gloria y la sobriedad y pasión del capitán Ozeki resultan conmovedoras-, maestros que sacan lo mejor de sus pupilos con entrenamientos excéntricos, un par de bellas y divertidas mánagers -ojo al epílogo del vigésimo segundo episodio-, mucho humor y esfuerzo y superación, y por supuesto, rivales carismáticos y que en un principio parecen inalcanzables. Todos estos elementos son introducidos en el momento adecuado, sin sorpresas. Este conservadurismo no tiene por qué ser malo, pues la serie funciona a la perfección, pero le falta esa pizca de innovación y sorpresa que la hubiera convertido en una serie inolvidable.

En ese mismo camino de la modestia y lo convencional se mueve el apartado gráfico. No hay defectos graves y la serie es agradable de ver, pero todo es un poco plano. Los diseños de los personajes se han simplificado en exceso respecto al manga; por poner un ejemplo, las cicatrices en el cuerpo de Hinomaru parecen manchas y no quedan bien. Tiene mucho que ver la paleta de colores escogida, demasiado simple y primaria, con falta de sombras y tonos diferentes. La animación es consistente pero nunca consigue destacar, ni siquiera en unos combates muy bien gestionados y coreografiados que se sienten desperdiciados. Creo que era una serie a la que le hubiera sentado de maravilla una marcha más por parte del estudio en ese aspecto.

Si os gusta el spôkon, aquí tenéis uno modélico que alberga todo lo que podéis esperar del género. De camino, también obtendréis la oportunidad del descubrimiento de un deporte apasionante... y de romper un prejuicio que os ata.

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